Hace pocos días se realizó en Madrid una cumbre de la OTAN, la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Esta institución se creó tras la Segunda Guerra Mundial para alinear militarmente a los países miembros contra cualquier amenaza a su integridad territorial. Organización que debía defender a las naciones democráticas frente a los supuestos peligros representados, entonces, por el llamado “comunismo” mundial.
Tras la caída de la antigua URSS y el muro de Berlín, la Rusia ensalzada hace unos pocos años por sus transformaciones políticas se ha convertido, junto a China, en una amenaza para la OTAN. De hecho, la guerra de Rusia contra Ucrania, en el reiterado escenario bélico europeo, ha conducido a distintos acuerdos resultantes de la cumbre de Madrid. En ellos se observa con nitidez el preponderante papel de los Estados Unidos en la organización militar con sus propuestas de incremento en el gasto bélico de los países europeos, mismo que ya había reclamado con vehemencia el anterior mandatario estadounidense, Donald Trump. Junto a ello se percibe la débil competencia de los países europeos para defender postulados propios y que repiensen la condición de sociedades democráticas, como lo deberían ser las europeas. Debilidad demostrada ya en el seno de la Comunidad Europea cuando se consienten transgresiones democráticas en muchos de sus Estados, como ocurre en Hungría, Polonia y España, para privilegiar su condición de amplios mercados dado su elevado número de habitantes.
La declaración tras la reunión de Madrid está llena de lugares comunes, como suele ocurrir en dichos textos aunque, al mismo tiempo, trasluce la hipocresía que significa ensalzar la defensa de la libertad y los derechos humanos cuando se permiten y defienden regímenes claramente autoritarios como los de Marruecos y Turquía. Dos países aliados y convertidos en escudos de la migración contra seres humanos que huyen de guerras y miserias seculares. Es decir, de nuevo la migración es tratada desde la perspectiva militar y de seguridad de la soberanía territorial, como el presidente del gobierno español lo ejemplificó con el caso de los emigrantes africanos que perdieron la vida en la valla de una de las ciudades hispanas en territorio africano antes de que iniciara la cumbre de la OTAN. Declaraciones que demuestran, tristemente, el desprecio por la vida humana y que criminaliza a personas que solo desean buscar un mejor futuro para sus vidas y las de sus familiares.
Dentro de esta misma lógica la cumbre también invitó a Finlandia y Suecia a formar parte de esta alianza militar. Medida estratégica por la cercanía de ambos países con Rusia y que fue negociada con Turquía y su dictador presidente, Recep Tayyip Erdoğan, quien no vetó tal integración a cambio de que ambos países nórdicos dejen de prestar apoyo a los partidos opositores turcos y, especialmente, al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Este último convertido en una organización representante, en buena medida, del reprimido y perseguido pueblo Kurdo. Una situación que pone en peligro a un elevado número de refugiados políticos en ambos países nórdicos, además de demostrar el desprecio europeo por la diversidad de naciones y pueblos que no cuentan con Estado propio.
De tal manera, el nuevo escenario geopolítico mundial se reorienta con el pretexto de la guerra en suelo ucraniano y, tras el periodo de la Guerra Fría, obligará a replantear las relaciones internacionales de muchos de los países que no están directamente aliados con los bloques en formación o consolidación. Un nítido ejemplo lo representan países como los de América Latina y donde México, como ocurrió durante la mencionada Guerra Fría, fue un destacado miembro del Movimiento de Países No Alineados que, aunque todavía vigente, ha dejado de tener la resonancia que tuvo en décadas anteriores. Nuevos y viejos escenarios geopolíticos que, junto a la crisis económica generalizada en el contexto de la guerra ucraniana, mostrarán reacomodos de alianzas e incremento de tensiones políticas en los distintos continentes.
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