Hace un cuarto de siglo un par de mexicanos elevaron el boxeo a las alturas de un drama épico. El rostro anguloso con la nariz aplastada de Erik Terrible Morales estuvo por primera vez ante la cara de niño bueno que lucía Marco Antonio Barrera el 19 de febrero del 2000 en Las Vegas. En una épo-ca en la que el pugilismo dejó de ser un entretenimiento popular en nuestro país, ya que dejó de transmitirse por televisión abierta, las funciones de pago por evento se convirtieron en las favoritas del estadunidense promedio.
Hay alrededor de una docena de trilogías registradas en la histo-ria de este deporte, y sólo cuatro pertenecen a mexicanos, según un conteo del Consejo Mundial de Boxeo (CMB). Pero de estas últimas, la única que alcanzó dimensiones de mito en la imaginación de los estadunidenses es la que protagonizaron Morales y Barrera de 2000 al 2004. Estos enfrentamientos fueron tema de crónicas deportivas esmeradas y pági-nas con ambiciones literarias como las que dejó el célebre escritor James Ellroy en su ensayo Espectáculo cruento, publicado en su libro Destino: la morgue (Ediciones B, 2004).
Esta trilogía llegará a las plataformas de streaming como una serie documental y ayer fue presentada en la Ciudad de México. Christian Cavazos, director de este trabajo, pretende dejar un documento para las generaciones que no lo vivieron, y aportar algún atisbo a la intimidad que sólo conocieron los involucrados.
Algo hicimos bien para que la gente siga hablando de nuestras peleas un cuarto de siglo después, dice Barrera, pero al expresarlo tiene un eco en su contraparte, Morales, y viceversa. Gracias por ser mi mejor peor enemigo, le agradece al Terrible, quien responde de la misma manera.
Mike Tyson dijo hace unos meses que estaba decepcionado del boxeo en la actualidad. Que tenía la impresión de que los peleadores ahora parecían empresarios que se sentaban a hacer negocios, mientras que antes los púgiles de su estirpe se consideraban ante todo entretenedores, o como artistas que subían al cuadrilátero para ofre-cer su mejor recital ante el público.
Antes uno tenía que demostrar algo valioso para subir al cuadrilátero y nos sentíamos agradecidos ante el público por la oportunidad. Ahora parece que las grandes estrellas del boxeo le hacen un favor a los espectadores, reflexiona Barrera.
“Lo que hicimos ambos fue dejar un poco de nosotros sobre el cuadrilátero, esto lo digo en serio porque literalmente se nos iba un poco de nuestras vidas en cada pelea. No éramos dos empresarios hacien-do negocios. Si supieran lo que nos pagaron –unos 70 mil dólares ya con descuentos– se reirían en la actualidad”, agrega Barrera.
Había una representación pura del boxeo. Si bien dicen que un rasgo de los profesionales es hacer a un lado las emociones y concentrarse en la competencia, en ellos había un rencor y un odio también en estado de pureza.
No era actuación. Esa es la diferencia; nosotros sentíamos un odio verdadero, no nos importaba demostrar quién era el mejor, sino destrozar al otro, hacerle el mayor daño posible, señala Morales apretando los labios como si eso reviviera algunas escenas de sus momentos más cruentos.
Después de años de odio, intentaron ser amigos y lo lograron por un breve tiempo. Trabajaron juntos haciendo análisis en televisión y mantienen un canal de Youtube, pero la convivencia revivió los viejos rencores. Hoy apenas se saludan. Parecen hacer grandes esfuerzos por ignorarse uno al otro. Cuentan algunos de sus ex compañeros que se siente casi de forma física la tensión que generan cuando están juntos.
Un matrimonio tóxico
Somos como un matrimonio tóxico. Nos juntamos, pero tenemos problemas, nos alejamos, regresamos y así siempre, afirma Barrera.
Mientras charlan, recuerdan que tras el primer combate ambos llegaron como campeones. Morales del CMB y Barrera de la Organización Mundial de Boxeo (OMB). El Terrible ganó esa primera batalla, pero sólo quiso quedarse el cinturón que ya tenía, era una suerte de desdén por el título del rival. La organización que avalaba a Marco Antonio lo apoyó y dijo que para ellos seguía siendo su campeón.
Mientras Barrera cuenta su versión, Morales luce impaciente y molesto. Arquea las cejas de manera exagerada y tamborilea con los dedos e interrumpe: “No ol-viden que yo rechacé ese cinturón de la OMB, por eso pudieron hacer esa entrega a Barrera, pero fue gracias a que yo no lo quise”, lanza Morales con el énfasis de los dedos apretados en un puño.
El Terrible insiste en que si algo ofrendaron en esos combates fue la honestidad de sus sentimientos y el mejor boxeo que ambos podían dar. Eran de esa clase de peleadores que comulgan con la idea del sacrificio y la ofrenda, la asunción de que para dar también hay que recibir.
Recibes para dar. Rifas tus posibilidades de supervivencia. Tragas golpes. Absorbes el dolor. Absorbes el dolor para agotar a tu adversario y explotar sus descuidos. Absorbes el dolor para poner a prueba tu jactancia, escribió Ellroy para narrar a este par de mexicanos.
Morales nunca fingió y no lo hace ahora. Sabía que si provocaba a Barrera lo sacaría de sus casillas y entonces sería más vulnerable. Cada que le preguntaban sobre su adversario solía soltar una cruel mentada de madre como prólogo a su siguiente bravuconada.
Lo que más me enojó y me enoja hoy, es que Morales siempre me mentó la madre en cada oportunidad. Mi madre mide 1.40 apenas, pero es mucha madre y me encabronaba que la sacara a relucir cada que tenía un micrófono. Eso me sigue enojando, admite Barrera.
Aquella enemistad fue la síntesis de las pasiones, la sublimación de un deporte en el que nadie sale ileso, la competencia física y el duelo de rencores. Ahora será un drama por entregas y a la altura de nuestros tiempos.
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