Vivir entre amenazas por ejercer el periodismo en México, uno de los países más peligrosos para la prensa, hace saltar las alarmas de forma inmediata y prever posibles ataques aunque el reportero cuente con protección oficial… o tal vez por eso.
Es lo que le pasó a Rubén Cruz, un periodista de un diario local de Cancún, la turística ciudad del sureste mexicano con altos niveles de violencia. El jueves se vio inmerso en un evento que acabó con disparos en torno su vehículo y con Cruz resguardado en la cárcel de la ciudad sin saber si intentaron matarle, le confundieron o qué había pasado.
La fiscalía de Quintana Roo, donde se ubica Cancún, informó que ya investiga lo sucedido.
Lo único seguro, según dijo Jan Albert Hootsen, representante en México del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ por sus siglas en inglés), es que “es un síntoma del deterioro de la seguridad en el estado de Quintana Roo” sobre todo hacia periodistas y defensores de derechos humanos.
La situación no es única de este turístico estado. El CPJ alertó en un informe esta semana de que los asesinatos a periodistas en el mundo aumentaron un 50% en 2022 respecto del año anterior, debido principalmente a los ataques en Ucrania, Haití y México, donde según esta organización mataron a 13 informadores.
Los ataques sin víctimas letales son muchos más y abonan el medio porque no suelen ser investigados.
Según contó el periodista, de 35 años, en conversación telefónica el viernes con AP, lleva más de una década trabajando como reportero siempre cubriendo temas policiales y de seguridad. Primero, lo hacía en su natal Veracruz, de donde salió hace más de 6 años por un intento de secuestro, y actualmente en el diario “Por Esto” de Cancún, donde volvió a sufrir amenazas.
Desde hace poco más de dos años contaba con la protección de un mecanismo federal para periodistas amenazados y tenía dos escoltas. Además, el CPJ acompañaba su caso.
Cruz explicó que el jueves llegó un joven al diario denunciando un intento de secuestro justo cuando él salía. Comentó el tema con sus escoltas que le esperaban en el vehículo y, por seguridad, tomaron una ruta alternativa a su casa pero se toparon con el carro descrito por el joven como el de los presuntos atacantes.
En su intento por ver las placas giraron en una ocasión tras dicho vehículo y llamaron a emergencias para reportar la existencia de un coche con tres individuos sospechosos. Luego intentaron separarse y dejarlo avanzar pero en un nuevo giro se encontraron con el carro estacionado en perpendicular, como entrando a una casa, y un individuo se bajó.
El reportero dijo que le vio caminando con un arma y fue cuando él se agachó y escuchó dos o tres disparos. Intento salir del coche y correr pero los guardaespaldas lo impidieron. “Me dicen, no, regrésate al carro que nos vamos”.
Como estaban cerca de la cárcel optaron por resguardarse y llamar a la policía desde ese lugar. “Por la adrenalina, yo reporté que hubo un intercambio de disparos”, contó.
Sin embargo, a medianoche pudo hablar con uno de sus escoltas y esté le dijo que el impacto que había en el parabrisas era de su arma, la cual disparó desde dentro del vehículo al ver que el hombre armado se acercaba.
Cruz reconoció que no sabe si los sospechosos los confundieron con policías de investigación, que llevan vehículos similares, con otros delincuentes o si iban a por él. Pidió a las autoridades aclarar si el joven que llegó al periódico era una víctima real o un señuelo.
“Mi esposa está muy alterada, con muchas crisis… Es muy difícil”, indicaba.
Todo ese miedo y confusión es algo habitual en reporteros que tratan temas delicados sobre todo en provincia, aunque los ataques también ocurren en plena capital del país. En diciembre balearon el vehículo de un popular periodista en plena Ciudad de México. Ciro Gómez Leyva se salvó por el blindaje del carro.
El periódico local “Por Esto” se caracteriza “por manejar información fuerte”, señaló Cruz. Últimamente él había escrito del autogobierno de los criminales en los penales de Quintana Roo, de disputas de la delincuencia organizada por el control de Cancún y en contra de los taxistas, “un gremio muy muy peligroso por estar infiltrado por criminales”.
Esta misma semana, Estados Unidos alertó de los problemas de violencia y seguridad en la costa caribeña mexicana precisamente por las agresiones de taxistas de Cancún a conductores de Uber y a sus clientes.
Pese al miedo, Cruz dijo no querer volver a huir, como cuando salió de Veracruz, aunque ya en Cancún ha sufrido varias amenazas y se sintió amedrentado con disparos cerca de su casa. Por eso decidió que su esposa se quedara con otra de las medidas de protección, el llamado “botón de pánico”, que al pulsarlo activa las alarmas. El jueves, según Cruz, la mujer lo pulsó cuando él la avisó de lo ocurrido pero nadie llegó.
“Un año viví en un refugio que me brindó el mecanismo con mi esposa y tres hijos, mi casa quedó abandonada y es lo que yo no quiero actualmente, yo no pienso irme”, afirmó.
Hootsen confió en que las autoridades, que se pusieron a disposición de Cruz tras los hechos, tomen lo sucedido como otra señal urgente “de que se tiene que combatir la impunidad y la delincuencia y garantizar que los y las periodistas puedan realizar su labor sin represalias”.
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